En JUSTMAD 2025, Galería de Arte Montsequi presenta la obra de seis artistas contemporáneos, ofreciendo a los asistentes una oportunidad única para explorar y adquirir obras de vanguardia. Este proyecto examina cómo estos artistas utilizan la pintura y la escultura para abordar temas universales, reflejando tanto sus procesos individuales como sus perspectivas únicas. Esta selección es una invitación, ofreciendo la posibilidad de enriquecer colecciones personales o iniciar un viaje como coleccionista. La Galería de Arte Montsequi se complace en facilitar el encuentro entre el público y el arte, proporcionando la posibilidad de adquisición de obras significativas.
Licenciada en Bellas Artes, por la Universidad Complutense de Madrid, 1991.
Diplomada en restauración de muebles por l’Instituto per l’Arte e il Restauro, de Florencia.1988-90.
La necesidad de crear, en mi caso de pintar, me acompaña desde siempre. Es una necesidad que nace de dentro, y que da sentido a mi vida. El mundo del arte y el proceso creativo, son un mundo de emociones, de sensibilidad, de expresión y de comunicación.
La primera emoción llega cuando una imagen me cautiva, me inspira y me crea esa necesidad de coger los pinceles y expresar en colores y trazos lo que esa imagen me sugiere. La sensación frente al lienzo en blanco es indescriptible. La primera mancha siempre es un proceso más espontáneo y libre, un trance casi mágico. Luego ya el cerebro empieza a poner orden en lo que voy haciendo y empieza a establecerse un diálogo entre esa imagen que va surgiendo, entre la pintura y yo. Esa comunicación es un lenguaje artístico, de composición, de interacción del color y las formas, que me va guiando.
Como un día cualquiera, en una calle sin nada en particular, decidimos doblar la esquina. El cambio de dirección nos recibe con un golpe de aire cargado de arena y olor a plástico que-mado. Nuestros gesto se frunce. Un ruido ensordecedor precede nuestros pasos. Martillos neumáticos, pitidos de alarma, paladas rítmicas. Sí, otra zona en obras. Aceleramos el paso para huir cuanto antes del ruido y la suciedad, de un paisaje plagado de esqueletos de hormi-gón y hierro, del movimiento frenético que va hacia el futuro.
Esta situación, antes descrita, es una visión común y corriente, posible en cualquier solar abierto, sea urbano o no, en este país o en cualquier otro, una imagen totalmente admisible que forma parte del paisaje moderno. En este sentido, el paisaje, que viene a significar de forma literal “parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar”, es básicamente una construcción subjetiva, por tanto, depende en gran parte del observador. Un observador -cualquiera de nosotros- que lo recrea de forma activa y lo carga de contenido experiencial y valor estético.
Belén Cobaleda García-Bernalt, despliega su mirada, al igual que nosotros, sobre el yermo territorio, sin embargo, logra encontrar esos destellos de belleza que se ocultan en la natura-leza de todas las cosas, una característica del buen arte. Es así como ese paisaje esteril y ruidoso se va transformando poco a poco, llenándose de color y conocimiento, desafiando los motívos tradicionales del género paisajístico y logrando un seductor equilibrio entre la línea y el gesto.
Si bien, el paisaje urbano ha sido uno de los géneros que ha acompañado a Belén a lo largo de los años, esta introducción al motivo en construcción, a este estado circunstancial, no puede más que asombrarnos. La representación de edificios esqueléticos, obras sin terminar, sobre todo ruinas, ha sido muy común en la historia de la pintura, acentuándose durante los siglos XVIII y XIX con los artistas neoclásicos y románticos. Su predisposición a enaltecer los estilos arquitectónicos del pasado y la intención de plasmar ideas como la caducidad de la vida y el paso del tiempo, que todo lo devora, dejó tras de sí un legado cargado de profunda melancolía. Sin embargo, en esta serie, que se distribuye de manera impecable a lo largo de la sala, no encontramos ni una pincelada que nos lleve a ese estado de ineludible tristeza, más bien todo lo contrario, el color y la luz, como bien deja relucir el título de la muestra -“La luz como elemento constructivo”- se convierten en atractivos cimientos que disipan cualquier sensación negativa.
Es así como a ojos de esta artista, una escena anodina se transforma en pintoresca. Eso sí, entendiendo que lo pintoresco retoma su sentido más básico, haciendo referencia a todo aquello que nos rodea que guarda la cualidad de ser pintado debido a su singularidad. Y es que en manos de Belén, el fino dibujo y el despliegue del estudio espacial se reúnen con una estructurada utilización del color, en la que los atrevidos tonos de diferentes gamas mono-cromáticas construyen el espacio y el tiempo. Si bien, el color impera en cada composición es este uso tonal el que establece la profundidad, crea campos de luz, reflejos envolventes y sombras macizas, claro ejemplo de que, en el hacer de esta artista, existe un profundo cono-cimiento -que roza maravillosamente lo intuitivo- de las fórmulas del color, la luz, la perspecti-va y la línea.
Asimismo, frente a esta rigurosa ejecución, Belén experimenta a lo largo de las diferentes composiciones con herramientas expresivas como las salpicaduras, las gruesas pinceladas, las delicadas aguadas y una caprichosa libertad gestual, imprimiendo un resultado estético claramente reconocible en todos sus trabajos, pero que en esta ocasión, convierte el solitario emplazamiento en un ente lleno de vida y movimiento contenido.
Este movimiento tácito, sugerido a través de los pliegues efectistas de las telas protectoras que cuelgan de los andamios -un montaje casi escenográfico- y de los perfiles de las grúas torre, impregna a la obra de un sentido original, transmitiendo la sensación de frenesí, de un proyecto en proceso, de una idea que se ampara en el futuro para darnos a entender que todo está por hacer, que existen nuevas posibilidades y que éstas están en nuestras manos. Piezas construidas por capas, por pisos, por tiempos de acción, por la sublime idea del por-venir.
Izaskun Monfort
La obra de Miguel Platero se erige como un puente dinámico entre la arquitectura y la pintura, una constante exploración de las relaciones entre forma y color que redefine los géneros históricos. Nacido en Madrid en 1973, Platero despliega una narrativa singular a través de soportes desechados—mesas, cartones, puertas, papeles—transformándolos en nuevos escenarios donde el paisaje y el retrato se reinventan. Influenciado por las vanguardias pictóricas clásicas y el expresionismo abstracto, su propuesta transita fluidamente entre lo figurativo y la abstracción, estableciendo un diálogo entre la herencia del pasado y la pulsante contemporaneidad.
Formado en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y en la Facultad de Bellas Artes de la capital, Platero ha desarrollado una doble carrera que se refleja en su meticulosa atención a la estructura y al color. Su experiencia profesional, forjada en algunos de los espacios más prestigiosos de España, se complementa con su visión internacional, evidenciada en la apertura de su despacho en Varsovia en 2007, donde también reside su taller artístico. La obra de Miguel Platero invita a redescubrir el valor de lo cotidiano, proponiendo una estética que desafía la linealidad del tiempo y reconfigura el legado visual en un contexto global y contemporáneo.
Ángeles Cifuentes: pretende ofrecernos inequívocamente los argumentos necesario a través de una series de combinaciones que aparecen en sus obras, de cómo es el comportamiento del ser humano en distintos momentos de su vida, factor psicológico con los que juegan hacernos reflexionar en aquellos términos que son los más apropiados, para hacer causa común en lo referente de la relación hombre_ mujer. Aparte de estos términos su obra de Arte se puede definir dentro de los parámetros más elocuentes que puede tener una Artista como es ella, en lo referente a aquellas cuestiones que tiene que ver con el sentir de la vida, ya que está bajo el mismo prisma el color, la Luz y todo aquello que hace posible desarrollar una obra de Arte en tan buena sintonía, por aquello que todos y cada uno de sus personajes son fieles reflejos de sus inquietudes y emociones.
La obra de Horacio Fernandez se presenta como un diálogo incisivo entre la subjetividad íntima y el reflejo colectivo de nuestra era. Su práctica artística se nutre de la crítica histórica y la sensibilidad hacia un mundo en constante frenesí, donde el bombardeo de imágenes e información fragmenta la experiencia total. A través de composiciones que transgreden la linealidad del tiempo y la coherencia del espacio, Fernandez nos invita a repensar la noción de totalidad en un contexto donde cada fragmento parece perderse en el tumulto del instante. Su arte se erige así como una respuesta poética y reflexiva ante la desorientación contemporánea, recordándonos que, aun en la era de la velocidad y lo efímero, persiste la necesidad de recuperar un orden estético que nos reconecte con la esencia del todo.
Desde la visión desgarrada de la vida, del dolor y la muerte en sus primeras muestras, a partir de 2015 comienza a realizar montajes con obras de escogida intimi-dad y energía, siempre hilando con sus creaciones más clásicas: la figura humana como canon de belleza, plena de energía, serena o manifiesta. Una mirada a la pasión y esen-cia del hombre, una búsqueda de la belleza interior, la paz y la concordia, sin olvidar la lucha, y la agonía existencial como eje.
En la actualidad el trabajo muestra un artista más intimista y sereno, un autor en continua evolución y buscando nuevas formas de expresión. El trabajo sobre la figura humana en tres dimensiones se combina ahora con estudios sobre bajo y alto relieve con motivos realistas y decorativos, el vaciado y sobre todo, la forja artística en estos últimos años.