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Mariana Álvarez Enrique y Roberto Reula
Exposición del 3 al 30 de noviembre de 2020.
Es tarea del artista el mirar, y en ese mirar convertirse en testigo de un gesto, en traductor de enigmas, en divulgador de secretos y en un creativo seductor. De esta manera, no es más que un corresponsal que transmite a través del volumen, el color, el sonido, la letra o infinidad de técnicas y artes expresivas, todo lo que ocurre en su terreno físico y subjetivo. Un corresponsal astuto y contemplativo, que va tras una verdad con el deseo de revelarla como ningún otro o de recrearla para hacerla más atractiva. El arte es verdad y, como tal, conserva su carácter disruptivo y desestabilizador. Una verdad siempre es germen del cambio.
Mariana Álvarez Enrique, entiende el arte de esta manera, como una herramienta social activa que puede precipitar el cambio. El arte debe mostrarnos el mundo tal y como es, y el artista no debe huir de esas verdades que le rodean. Por lo tanto, sus piezas abordan duras escenas del día a día de personas que sobreviven a la escasez y la miseria. Escenas que quizás imaginamos lejanas y por lo tanto desdeñables, pero que en muchos casos están más cerca de lo que creemos.
Como buena corresponsal, Mariana parte de un ejercicio de documentación previa, en muchos casos tras entrar en contacto con las personas o situaciones que finalmente va a plasmar. Con la fotografía como base, sus piezas se convierten en un ejercicio perfecto de síntesis estética conjugando muy bien los binomios realismo-abstracción, belleza-crudeza y deleite-compromiso. Obras construidas por capas de collage, con fondos abstractos y juegos de texturas, de los que destacan las provocativas manchas, derrames y planos de color, todo sutilmente encuadrado mediante la incorporación de ligeras placas de metacrilato. Piezas estructuradas con un bello equilibrio, en las que cada elemento cumple su función, tiene su peso y su sentido, todo para garantizar que el mensaje, en este caso, el contenido social, llegue al espectador y rompa la barrera de la indiferencia. Esa verdad queda expuesta ante nuestros ojos y ya no podemos seguir ignorándola: es nuestra realidad, sólo queda reaccionar.
Por otro lado, Roberto Reula mira hacia el interior ahondando en verdades sustanciales al ser. En su escultura, el individuo se presenta ante el espectador como arquetipo del hombre contemplativo. Sus personajes de cuerpos pesados y carentes de gracia son modelados por una mano experta que no duda en experimentar con la combinación de diferentes materiales: bronce, hierro, mármol, gres, madera, resina de poliuretano, etc. Asimismo, el color se aleja de su finalidad imitativa para posicionarse como elemento con autonomía propia, orientando nuestra mirada hacia las piezas claves de cada una de las obras, generando nuevos significados e incrementando su carácter evocador.
Ante la velocidad del presente los sujetos se mantienen serenos e introspectivos, deteniéndose para observar lo que ocurre a su alrededor; con una mirada sencilla y sincera, absortos, se recrean en sus ideas. En un primer acercamiento puede dar la impresión de pasividad, sin embargo, Reula, logra insuflar vitalidad en sus personajes, no de la manera clásica que reconoceríamos como consecuencia de nuestro bagaje cultural, sea a través de la búsqueda de movimiento mediante posturas, más o menos, equilibradas o el reflejo de una tensión contenida propio de la "terribilità", sino mediante las conexiones metafóricas que el artista plantea, revelando las inquietudes humanas más elementales siempre teñidas con un ligero tono mordaz lo cual ofrece una bravata adicional al arte concebido en su forma más tradicional.
El hombre desnudo y expuesto ante la multitud, sin atisbo ninguno de altanería, refuerza la idea del individuo solitario consciente de sus defectos, real y caduco. Por consiguiente, su papel es activo y resuelto, expandiendo esa labor reflexiva con el fin de despertar las mismas inquietudes en el espectador.
Izaskun Monfort. Comisaria y Crítica de arte independiente