“Nunca abandoné el objeto.
El objeto no es interesante por sí mismo.
Es el entorno, lo que crea el objeto”
Henri Matisse
En tiempos de incertidumbre, la función del arte cobra aún más relevancia, convirtiéndose en un refugio. Ya sea colmado de Lujo, calma y voluptuosidad, como lo entendió Matisse, o como espacio trascendental en el que conectar y transmitir nuestra subjetividad, como lo sentía Rothko. El arte permite evadirnos y, sin embargo, a su vez nos cuestiona, transformando nuestra forma de entender el mundo y afrontar la realidad. El arte es sobre todas las cosas, un misterio.
Desvelar este misterio se convierte en una necesidad para el artista, y así se revela en el caso de Carlos Meijide, quien a lo largo de los años ha reflexionado sobre las capacidades estéticas propias de cada uno de los elementos que componen la pintura. Inspirado por grandes maestros de la historia del arte, entre ellos Matisse, se concentra en los efectos del color con independencia del aspecto natural, entendiéndolo como principio radical en la construcción de sus piezas. Su contacto con la pintura au plein air le enseñó otra forma de ver, entendiendo los colores como una emanación de la luz, los cuales se manifiestan a través de pasajes o contrastes, generando volúmenes mediante tonos fríos o cálidos y desvaneciendo los límites de las formas consecuencia del efecto atmosférico. La luz se incorpora al cuadro.
Esta forma de ver a través del color se acompaña de una disciplina estética innata en el artista, alumbrando composiciones en las que, si bien, como espectadores podemos encontrarnos con indicios de una representación del natural, casi como si de un juego deductivo se tratara, estas formas sugeridas son sólo el umbral que nos permite acceder a lo verdaderamente interesante: la propia construcción pictórica, haciendo visible el espacio por medio del color, sin caer en la banalidad de la figuración. Y es que, como bien comprendió Matisse, el objeto representado no es lo interesante, lo que moviliza al espíritu es el entorno que lo crea.
De esta manera, nos encontramos ante piezas de claro carácter contemplativo, incluso desde el propio proceso creativo, ya que el artista recoge impresiones de lugares que ha visitado. Las fotos, los bocetos y recuerdos son su material de base en el taller, volcando sobre el lienzo una amalgama de sensaciones y emociones. Con una pincelada sensual y vaporosa, enfatiza el plano bidimensional para transmitir efectos de color evocadores. Obras intensas, llenas de vida, que representan, serenamente, lo que siente, sin sofocar el espíritu.
Izaskun Monfort. Comisaria y Crítica de arte independiente.