Comisaria: Izaskun Monfort
Visitas en un entorno seguro para todos
UN VIAJE DE IDA Y VUELTA
Pero los verdaderos viajeros son los únicos que parten
por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos,
de su fatalidad jamás ellos se apartan,
y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡Vamos!
Charles Baudelaire (El viaje)*
El viaje, siempre, es un constante diálogo con nuestro pasado, un desenfrenado reencuentro con nuestro presente y un deseo febril de futuro. El viaje es una forma de sostener el tiempo, de materializarlo en sensaciones, luces, olores y sabores. El viaje es expectativa, curiosidad, asombro y libertad. No es de extrañar entonces, que a lo largo de nuestra historia existiera una relación estrecha entre el acto creativo y el viaje, ya que ambos despiertan los mismos tipos de apetitos y, a su vez, suelen ser garantía de satisfacción.
Para Horacio Fernández, viajar es un acto de liberación, una puerta a la incertidumbre, una actitud vital. A través del viaje ha podido construir una manera de entender la vida, de crear y de comunicar, es decir, lo ha convertido en un fin y un medio. Un viaje de ida y vuelta es un ejercicio de intuición natural, una inteligente relación entre puntos de vista particulares basados en la experiencia adquirida durante sus viajes a lo largo de América y España. Nacido en Santiago de Chile y siendo nieto de un emigrante asturiano, su relación con nuestro país ha sido intensa a lo largo de los años, tanto por sus constantes visitas, como por un sentimiento identitario híbrido: el ir y venir, el descubrirse aquí y allí, el ser y rehacerse.
¡Asombrosos viajeros! ¡Qué nobles relatos
Leemos en vuestros ojos profundos como los mares!
Mostradnos los joyeros de vuestras ricas memorias,
Esas alhajas maravillosas, hechas de astros y de éter.
¡Deseamos viajar sin vapor y sin velas!
Para ahuyentar el tedio de nuestras prisiones,
Haced desfilar nuestros espíritus, tensos como un lienzo,
Vuestros recuerdos enmarcados por horizontes.
Decid, ¿qué habéis visto?*
De este modo, el artista no parte del vacío o la inconsciencia, parte del recuerdo y la integración entre la cognición, emoción, percepción y motivación. En cada uno de los ágiles movimientos que efectúa frente al lienzo existe una intención: la construcción de un cosmos, una historia, una ilusión. Cada pieza se convierte en un sistema consolidado, si bien con un determinado nivel entrópico, en el que se vuelca lo racional y lo visceral armonizados en una coreografía de colores contrastados aplicados mediante el dripping y un juego de finas veladuras ejecutadas mediante el arrastre, generando composiciones de gran fuerza y dinamismo.
El color se impone también con un profundo carácter retórico, dejando en evidencia las conexiones simbólicas de sus tonos, que como ocurre en la música, son capaces de despertar infinidad de sensaciones en el espectador. De esta manera, el artista convierte cada una de sus creaciones en experimentos, a través de los cuales investiga sobre las capacidades estéticas y metafóricas del arte abstracto. En el juego de la percepción visual, Horacio, nos enseña las discrepancias que existen entre el hecho físico y el efecto psíquico.
Al aproximarnos, nos convertimos en espectadores cautivos de bellas ficciones, de horizontes tejidos con color, tiempo y lejanía. Un punto de fuga nos desprende de nuestra tediosa realidad para adentrarnos en los ojos del artista, y así beber la luz del desierto, respirar aromas de los brillantes jardines botánicos, absorber la humedad de la Selva Fría en medio de una gran tormenta o latir con la esperanza de llegar a puerto. Este puerto donde no se ven las mismas estrellas que en casa, y aunque nos maravillemos con una nueva perspectiva de la Vía Láctea, este siempre fue, es y será un hogar -Gijón.
Izaskun Monfort.
Comisaria y crítica de arte independiente.
ANGELORUM
Diálogos para una absurda pantomima
Una vez andando
Por un parque inglés
Con un angelorum
Sin querer me hallé.
Buenos días, dijo,
Yo le contesté,
Él en castellano,
Pero yo en francés.
Dites moi, don angel.
Comment va monsieur.
Él me dio la mano,
Yo le tomé el pie
¡Hay que ver, señores,
Cómo un ángel es!
Fatuo como el cisne,
Frío como un riel,
Gordo como un pavo,
Feo como usted.
Nicanor Parra, Sinfonía de Cuna (fragmento)
“Las verdades que contienen las doctrinas religiosas aparecen tan deformadas y sistemáticamente disfrazadas que la inmensa mayoría de los hombres no pueden reconocerlas como tales”. Sigmund Freud, El Porvenir de una Ilusión.
El tránsito de creación artística de Rodrigo Nevsky se nos presenta en la serie “Angelorum”, una muestra que sincretiza parte de su obra más reciente con el que sería el proyecto final con el que culminó sus estudios universitarios. Sin perjuicio de la brecha de más de 25 años que separan a las obras, estas se nos presentan haciendo uso de un mismo lenguaje estético, gracias al cual se despliegan como un elenco en perfecta sincronía dialogante, en donde la apelación al espectador y la crítica sutilmente expresada tienen un lugar preponderante. Posiblemente por lo mismo es difícil quedar impávido.
Así, en esta muestra se nos aparecen composiciones de una armónica disonancia, en parte oníricas tal vez, en donde ángeles, obispos y columnas configuran escenas mudas sobre paisajes etéreos. En ellas, lo abstracto y lo figurativo se encuentra en una tensión hasta cierto punto incomoda. Lo infinito de lo etéreo contrasta con la total (e intencional) prescindencia de la ilusión de profundidad que presentan las figuras del primer plano.
Esta radical bi-dimensionalidad pareciera no ser baladí, en cuanto por medio de ella Nevsky revela la completa falta de interés en retratar la realidad en cuanto tal. Más bien expone la intención (y hasta cierto punto la necesidad) de comunicar mediante ellas, así como las letras comunican el poema que en ellas esta alojado.
A su vez, la forma caricaturesca en la cual están plasmados no puede dejar de evocar la inspiración que significó para el artista el antipoema “Sinfonía de Cuna” de Nicanor Parra, en donde, con un exquisito uso de la ironía, se nos presenta un ser angelical que de celestial poco y nada tiene. En este mismo sentido, la caricaturización de las figuras en la muestra, pareciera evocar de una manera irónica la deformación de verdades que (de buena o no tan buena fe) las doctrinas religiosas sistemáticamente han practicado, hasta llegar a tal punto que generan imágenes en las que no es posible reconocer su esencia.
Pero la intensión de comunicar se contrapone a su vez con la suspensión muda de las figuras. De hecho, las escenas se presentan como una absurda pantomima. Contemplamos como el completo mutismo en que se encuentran los personajes los obliga a, en el mejor de los casos, contemplarse a la distancia por medio de miradas que no expresan más intención que la de guardar silencio. Se presenta así una escena en donde la incomunicación entre el orden eclesiástico y el angelical es manifiesta, retratando la figura del pontífice (el constructor de puentes con el mundo sobrenatural) como una mera farsa, una comedia de mal gusto.
Matías Fernández