Visitas en un entorno seguro para todos
Tengo el placer de conocer a Isabel y Mireia personalmente desde hace unos años, nos conocimos aquí, en la Galería Montsequi. He tenido la suerte de ver diferentes exposiciones tanto, en esta sala, como en las ferias en las que han participado. He disfrutado de su trabajo, y a lo largo de los años he podido pensar, analizar y escribir sobre él en varias oportunidades. Por lo tanto, podríais pensar que estáis ante una muestra más, acompañada de un análisis crítico más que nace de mis manos. Sin embargo, en el momento en que vi la selección de piezas que ahora recorren esta sala, la sorpresa me abrazó. ¿Qué tiene el arte que nos emociona?, ¿cómo es posible que ciertas obras nos sigan atrapando, aunque nos sean de sobra conocidas?, ¿qué hay detrás de la mirada de los artistas que logran cautivarnos con su trabajo?
Al entrar en contacto con una obra de arte es inevitable partir con ciertas expectativas, ya sea por nuestro bagaje personal, conocimiento teórico o simplemente nuestra experiencia sensorial, es decir, nuestro conocimiento de la realidad. Si bien, en muchos casos, esto podría convertirse en un obstáculo a la hora de conectar con una obra de arte, ya que nuestra experiencia será positiva o negativa dependiendo de si estas expectativas se cumplen, una gran obra de arte escapa a este primer y simplista examen. La verdadera obra de arte es una ventana de posibilidades, es una fuente de incertidumbre que desafía una y otra vez nuestras expectativas. Una buena obra de arte conjuga tradición, experiencia vital y conocimiento de la realidad, generando opciones que no creíamos posibles y permitiendo que nos reconozcamos en ella e, incluso, que podamos redescubrirnos una y otra vez. El sentimiento de sorpresa inesperada que me asaltó es clara evidencia de que en el trabajo de Isabel Gutiérrez y en el de Mireia Serra persiste ese algo más, ese algo que se oculta, una puerta que se abre a infinitas alternativas, que nos desestabiliza y a la vez nos fascina.
Isabel Gutiérrez presenta una serie de piezas que nos traslada fuera de nuestras fronteras, lejos de esos paisajes montañosos, esas persistentes nubes e infinitas callejuelas en la provincia de León, que se convirtieron en el modelo casi fetiche de sus anteriores trabajos. En este caso, su asombrosa capacidad de observación se centra en un jardín del condado británico de Surrey, en la casa donde vive su hermana. Un jardín inglés a kilómetros de aquí, vivido en otro tiempo, que no solo es distinto a nuestros paisajes, también entraña una serie de valores culturales muy diferentes a los nuestros y que, sin embargo, de la mano de la artista logra transmitirnos extrema cercanía. La obra de Isabel tiene esa capacidad, esa magia que rompe con nuestra noción del tiempo y, en muchos casos, del propio espacio. Es una reunión del pasado (lo que fue), el presente (lo que vemos) y el futuro (la incertidumbre).
En sus piezas el tiempo permanece, se suspende, se atempera. La alegría del color y el movimiento acompañan al detalle botánico, la pincelada acaricia la superficie, desaparece y retorna en otro tono, en un nuevo matiz, modela el entorno y se pierde, para volver transformada en un nuevo sonido, olor o luz. La artista nos invita a participar de un ejercicio didáctico que no persigue otra cosa que darle sentido a la realidad. Las esquinas, los instantes, los sueños, los utensilios cotidianos, los paseos, los descansos, la compañía y el jardín; eso es la vida. Una serie en la que conviven dos mundos, el nuestro -si podemos llamarlo así- fácilmente reconocible, y el otro, el simple espacio formal, libre de reglas naturales, pura construcción pictórica. Dos mundos entre los que no hay fisuras ya que, a partir de ahora, no pueden existir el uno sin el otro, creando infinidad de posibilidades y de historias.
Crear historias, “ficcionar” o, mejor dicho, crear ficción, es una de las capacidades intrínsecas al ser humano, inclusive, podríamos decir que es uno de los mecanismos que nos permite estructurar nuestra existencia. Ficcionar es crear nuevas perspectivas, es jugar, es aprender y es aprehender sobre nuestra realidad. También abre otra puerta, la del reconocimiento, que no lleva a otro lugar más que al sentimiento catártico. Construir historias es construir verdades, y el arte es una forma más de expresarlas. Mireia Serra es una gran narradora, en cada una de sus piezas se compaginan recuerdos, experiencias, deseos y aprendizajes. Conocedora de las posibilidades comunicativas que entraña nuestro imaginario colectivo, aprovecha varias de sus imágenes para construir sutiles metáforas que nos trasladan a otras realidades. Realidades llenas de posibilidad, de incertidumbre y contemplación, de promesa e introspección, de la alegría de sentir el presente, del propio tiempo vital.
En un instante salta la chispa, no hace falta mayor contemplación para que caigamos en el efecto seductor de sus piezas, su capacidad evocadora nos traslada a diferentes lugares de nuestra propia vida: a lo que atesora nuestra memoria, al estado actual de nuestro ser o simplemente a lo que deseamos con infinitas ganas. Obras realizadas estética y conceptualmente con una increíble simplicidad que logran exactamente el efecto contrario. Como si de un análisis sintáctico se tratara podríamos desarticular cada una de sus partes buscando el origen de esa capacidad magnética: 1. el personaje; 2. el objeto; 3. la imagen de referencia del lugar; 4. el título. Sin embargo, todos sabemos que aplicar un análisis estructural de este tipo a algo tan hermoso como la poesía, es como arar sobre el mar y, verdaderamente, con la obra de Mireia ocurre exactamente lo mismo, ya que posee la misma belleza. Simple, honesta y llena de posibilidades interpretativas, sin dejar de lado una resolución formal impecable que no hace más que avivar nuestro disfrute estético.
Aun así, tras esta exposición, continúa rondándome una inquietud. No logro responder a una de las preguntas planteadas al principio y que a estas alturas veo de difícil solución. ¿Qué hay tras la mirada de un artista? Imposible pero maravilloso deseo, solo nos queda recrearnos con esa pequeña infinidad de verdades que deciden mostrarnos.
Izaskun Monfort
Comisaria y crítica de arte independiente.